Afirmar que nuestra Constitución Nacional está siendo atacada puede parecer, a prima facie, un título un tanto exagerado y amarillista, sin embargo, tengo la seguridad que no es así y que debemos, hoy más que nunca, velar por su seguridad, integridad y defensa para que pueda seguir siendo nuestra mayor protección legal.
Una constitución es, nada más ni nada menos, que un contrato entre el pueblo y el gobierno en el cual se definen los valores e ideales de la Nación y la forma en que nuestros representantes harán uso del poder en nuestro nombre, pero debemos recordar como afirmara Thomas Edison que “La fortaleza de la Constitución descansa en la voluntad de las personas en defenderla”.
La sana división de poderes que fue concebida como un remedio contra el abuso del poder y que a través de la distribución del mismo en órganos con competencias diversas aseguran el control recíproco (el check and balance norteamericano) nos asegura la protección de los derechos individuales. En palabras del Dr. Alejandro Amaya se puede afirmar que “el constitucionalismo se impulsa en la lucha contra el poder arbitrario...anteponiéndoles los derechos naturales del individuo”.
Cuando este sistema de equilibrios y contrapesos se ve agredido no es otro que el Estado de Derecho mismo el que se resiente.
Para citar un ejemplo de este ataque solo basta recordar la permanente agresión hacia el poder judicial y, en especial para con la Corte Suprema de Justicia, que hace ya unos años, se viene llevando a cabo de forma sistemática por cierto grupo del poder. Debemos siempre tener presente que uno de los objetivos de nuestra Nación enunciado en el Preámbulo es afianzar la justicia, por lo cual, cuando cualquiera de los otros dos poderes intenta interferir con su normal desempeño viola palmaria y abiertamente incluso este preámbulo que no es otro que el espíritu mismo de la Constitución Nacional.
Claro que hay un factor determinante para que esto suceda: el desconocimiento de nuestra Ley Suprema. Es por esto, que entiendo que la instrucción sobre nuestra Carta Magna en los distintos estamentos educativos es de vital importancia y premura ya que como bien afirmara J. F. Kennedy “el derecho del individuo contra el Estado es la piedra angular de nuestra Constitución”. Niños, adolescentes y adultos deben gozar de esta capacitación para conocer e incorporar a su pensamiento lógico los derechos y garantías allí vertidos, entendiendo que solo se puede respetar y defender aquello que ha despertado un sentimiento de pertenencia en nuestro ser.
Como sostuviera nuestro gran legislador demoprogresista, Alberto Natale en su libro “Comentarios sobre la Constitución: reforma de 1994”: La Constitución de 1853, con sus reformas de 1860, 1866, 1898, 1957 y 1994, es la ley suprema de la Nación Argentina. A ella todos le debemos el compromiso de nuestro respeto”. Y acaso, ¿alguien puede dejar de defender aquello que respeta? Sería amoral y hasta de cobarde ver vilipendiar aquello que nos pertenece, sin aunque sea, levantar la voz en su defensa.
La Democracia Progresista ha dado sobradas muestras de este levantar la voz. Vale recordar la Constitución Provincial de vanguardia del año 1921 durante el gobierno de Luciano Molinas con la creación de la Corte de Justicia, con un régimen laboral de avanzada, con la defensa de las tierras públicas, etc. En tiempos más modernos a los doctores Alberto Natale y Pablo Cardinale como convencionales constituyentes, las intervenciones de la Dra. María Emilia Biglieri en el Congreso de la Nación en defensa del artículo 121 de Ley Suprema para salvaguardar los poderes que las provincias se reservan; al Dr. Carlos Favario en su acalorada defensa del artículo 37; al Dr. Caballero Martín en su firme postura en la defensa del artículo 38 sobre la independencia de los partidos políticos, y así como otros tantos legisladores que se comportaron como valientes voceros de la democracia de la ley.
Pero este no debe ser un movimiento o compromiso reservado a aquellos que ejercen un cargo político o a quienes nos dedicamos al estudio del Derecho Constitucional, sino por el contrario, debe ser un accionar de todos y cada uno de los habitantes de este país, en el saber que si nuestra Carta Magna se ve vulnerada serán los derechos y las garantías de todos los que se verán diezmados.
Debemos entender que defender la Constitución no tiene que ver con banderas o colores políticos e incluso no deberíamos permitirnos priorizar ningún color ni bandera por sobre ella.
Defender la Constitución es defender la democracia;
defender la Constitución es defender nuestros valores, ideales y raíces;
defender la Constitución es defender nuestra voz contra el tirano;
defender la Constitución es defender la paz, la promoción del bienestar general y nuestra amada libertad;
defender la Constitución es defender a nuestras familias, amigos y vecinos;
defender la Constitución es defender nuestra felicidad y la felicidad del otro;
defender la Constitución es defender, en primera y última instancia, la vida misma.
Insisto que es en la educación donde se puede producir este cambio de paradigma y, en especial con los más niños para que en su espiral dialéctica a la hora de construir sus saberes lo hagan conociendo sus derechos, deberes y garantías. Como sostuviera el Fiscal de la Patria, Lisandro de la Torre: “Se que no llegaré pero llegará la juventud si estudia, trabaja y persevera”.
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